MAS DATOS SOBRE EL PADRE REJAS


FRAY DIEGO DE REJAS, UN SIERVO DE DIOS CONTRA LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XIX.

Manuel Fernández Espinosa


Jamilena, año 1865 aproximadamente, un fraile ex-claustrado y unos sacerdotes pasean plácidamente en un día soleado: "Yendo una tarde de paseo pocos años antes de morir, acompañado de otros sacerdotes se quedó de pronto el Siervo de Dios como abstraído e inmoble. Fijándose los compañeros en su fisonomía observaron que, clavados los ojos en tierra, arrugaba la frente, presagio de casos adversos como ellos mismos tenían experiencia de otras veces, y le preguntaron qué tenía. Respondióles que vendrían tiempos en que se llamase blanco a lo negro y negro a lo blanco, bueno a lo malo y a lo malo bueno, que habría una revolución próxima en la que aparecerían calumniados un sacerdote y una monja, y finalmente que él no vería tales desgracias; pero que ellos serían testigos de ellas." Con estas mismas palabras nos lo cuenta el P. Eustasio Esteban en su opúsculo titulado "El siervo de Dios Fr. Diego José de Rejas. Religioso Agustino exclaustrado de la Provincia de Andalucía", Imprenta Helénica, Madrid, 1919 que obra en mi poder.


La Monja de las Llagas y el confesor de la Reina Isabel II, San Antonio María Claret, fueron calumniados poco después de aquellas proféticas palabras, los
liberales progresistas y republicanos, en complicidad con la politizada oficialidad del ejército español, preparaban un complot. Ruido de sables y en 1868, un año después del fallecimiento del P. Rejas, estalla la Revolución, llamada La Gloriosa, por la que Isabel II tiene que exiliarse de España.


El curioso opúsculo me lo ha proporcionado mi amigo Juan María Rubio López, de Jamilena, y contiene el esbozo de la muy interesante hagiografía de este padre agustino.



¿QUIÉN ERA FRAY DIEGO JOSÉ DE REJAS?


Nacido el 11 de Noviembre de 1807 en Huelma, Reino de Jaén, Diego José Martín Ildefonso Rejas Peralta era hijo de Juan de Rejas y Ana Peralta, unos humildes vecinos de Huelma. Quedó huérfano de padre meses antes de venir al mundo y su madre Ana casó en segundas nupcias con Juan Justicia, jornalero oriundo de Solera. En la villa de Huelma existía desde el siglo XVI un convento de la Orden de San Agustín que facilitaba estudios de latín y humanidades a los niños de la población; el convento era un semillero de vocaciones. El niño Diego abandona la piara que pastorea y pasa a estudiar en este centro. Siente la llamada de Dios y decide hacer el noviciado, para lo cual se le traslada al convento de San Agustín de Córdoba. Hace profesión de votos solemnes el año 1824 y estudia Filosofía en la ciudad de Córdoba. El 20 de Diciembre de 1828 es ordenado Subdiácono en Córdoba y el 17 de Diciembre de 1831 es ordenado Presbítero en Málaga.


Vuelve a Jaén para desarrollar su ministerio sacerdotal, pero durará poco allí. El Gobierno liberal y anticlerical decide suprimir las órdenes religiosas y algunos religiosos son perseguidos por los agentes de la Masonería jacobina. Fray Diego tiene que camuflarse de seglar, se refugia en una casa de Jaén y escapa a Huelma, cerca de su familia.


El P. Rejas se traslada a Jamilena en compañía de su anciano padrastro. Corre el año 1841. Ha venido a Jamilena por invitación del también exclaustrado dominico fray Domingo Pajares. El fraile y su padre adoptivo son acogidos en la casa de María Jesús Colmenero, viuda del carpintero Juan Jaén. Es una familia compuesta por la viuda y sus tres hijos, una familia pobre pero honrada que les proporcionan pensión.


Lleva vida austera, estudiando, predicando y ayunando para que coman los pobres que sienta a su mesa. La fama de predicador se difunde por los pueblos comarcanos y Torredelcampo, Martos, Andújar y Torredonjimeno requieren al santo varón. A lo largo de su santa vida, y por anunciar clara y contundente la verdad de Cristo,
el Siervo de Dios sufrirá persecución que muchas veces deriva en tentativas de asesinato. Van a matarlo a la casa donde se hospeda en Andújar y cuando le avisan de que dos individuos lo esperan en el zaguán, el fraile dice: "Yo no hablo con muertos". Cuando van al zaguán los sicarios enviados para darle muerte yacen cadáveres en el suelo. La actividad masónica y anticlerical arrecia por los tiempos en que predica el P. Rejas. Un barbero recibe la orden de degollarle cuando lo esté afeitando. Cuando la navaja llega a la garganta, el P. Rejas le dice muy sereno: "Ejecuta lo que te han aconsejado". El barbero queda atónito y cae de rodillas pidiéndole perdón. No menos malevolentes son los enemigos que el P. Rejas se ha hecho condenando el amancebamiento. Muchos amantes que han perdido los favores de sus querindongas por los consejos evangélicos del P. Rejas también traman darle muerte, pero no lo consiguen.


EL P. REJAS EN TORREDONJIMENO.


Por la proximidad y por las buenas relaciones que el P. Rejas tiene con los dominicos exclaustrados, como el más arriba citado fray Domingo Pajares, Diego de Rejas viene a Torredonjimeno a predicar. Lo hace en el Convento de Ntra. Sra. de la Piedad y en la iglesia parroquial de Santa María. Siempre que viene lo hace caballero sobre un caballo, acompañado de algún mozo de confianza. Se santigua, bendice a la bestia y a su compañero y viene por la trocha de Jamilena. Sus predicaciones concitan el interés de los tosirianos de todas las clases sociales. Las iglesias se llenan cuando viene el clérigo que tiene fama de santidad. Escucha y aconseja a muchos tosirianos que le piden ayuda para resolver los problemas terrenos y espirituales, y confiesa de las monjas dominicas.


Cuando tiene que pasar estadíos más largos se hospeda en la calle Chércoles, bajo el techo del hogar de una honrada y cristiana familia tosiriana, la de Juan Benito Begara. Así lo declaró para el proceso de su beatificación la hija de Juan Benito, María Josefa Begara, y así me lo ha confirmado el bisnieto de Juan Benito, Fernando Begara de la Fuente.


La relación del P. Rejas con Torredonjimeno es cordial y amistosa. De Torredonjimeno es su zapatero, Prudencio Calle, que todos los domingos endereza sus pasos por la trocha para ir a Jamilena, como muchos otros tosirianos, a confesarse con el P. Rejas y a oír sus sermones. Como lo tenían por santo, la familia y operarios de la zapatería de Prudencio Calle besaban devotamente los zapatos que le remendaban.


Cuando el P. Rejas otorgó testamento lo hizo ante el notario tosiriano D. Juan Montijano García. Era el 2 de junio de 1861. Sus pobres pertenencias fueron a parar a las que lo habían cuidado por espacio de más de veinte años, sin ser retribuidas por no haber con qué: María José e Isabel María Jaén Colmenero, las hijas de la viuda que lo hospedó en su casa cuando aterrizó el fraile con su padre en la hospitalaria Jamilena. El 14 de Septiembre de 1867, casi a los sesenta años de edad, entregó su alma a Dios. Contaron testigos de Jamilena y otros pueblos congregados ante la casa del Siervo de Dios que se había amortajado él mismo. Su cadáver exhalaba una fragancia extraña y agradable, lo que se llama "olor de santidad". Vecinos de Martos, Torredelcampo, Torredonjimeno, Jamilena, Los Villares, Andújar... se postraron ante el ataúd del Siervo de Dios, puesto en el zaguán de la casa. Todos querían agradecerle que gracias a un consejo, a un sermón, a su ejemplar vida habían encontrado el consuelo y el camino a Dios.


Una muchedumbre se lanzó a la casa del P. Rejas para hacerse con cualquier cosa que hubiera tocado, con la idea de conservarlas como reliquias. El Arcediano del Cabildo catedralicio de Jaén, D. Francisco Cibera y Pérez, ofició sus honras fúnebres, pero se conmovió tanto ante la pérdida del amigo del pueblo que rompió a llorar y no pudo terminar su oración fúnebre. Vecinos de Torredelcampo le arrebataron un zapato al difunto para llevárselo como reliquia. Se le sepultó en el cementerio de Jamilena el 15 de Septiembre de 1867.



Y desde entonces empezó la leyenda. Se le vio varias veces después de muerto, sonriente, paseándose entre los jamileneses. El 5 de noviembre de 1919, sus huesos fueron exhumados para ser envueltos en un lienzo blanco. Sus restos mortales fueron puestos en una caja nueva de 95 centímetros de larga por 34 de ancha y 33 de alta y forrada en su interior de tela de seda azul. Se depositó este ataúd sellado en un nicho del altar mayor de la Iglesia parroquial de Jamilena. En 1936 los revolucionarios exhumaron la caja, la destruyeron y profanaron los restos del Siervo de Dios. Los huesos que pudieron recuperarse por vecinos de bien fueron depositados en una oquedad del muro contiguo a la entrada de la capilla de la Virgen Santísima de los Dolores de Jamilena.


Todavía, ciento treinta y siete años después de su muerte, se le recuerda en Jamilena.

Publicado por Antonio Moreno Ruiz, en Orígenes del Tradicionalismo Andaluz-DPFR